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jueves, 16 de abril de 2020

Gaudi. Discurso y legado.

Antoni Gaudí nació el 25 de junio de 1852, en Reus o en Riudoms. En Riudoms coño! Decían los de Riudoms. Da igual, en la zona, están muy cerca. Murió el 10 de junio de 1926 en Barcelona.
Fue un niño frágil de salud, un estudiante irregular, un joven mundano, arquitecto en plenitud y un anciano-poeta-aislado.
Fue un creyente, fue un cristiano, un hombre de fe inquebrantable, un hombre con una mirada alterna entre el cielo y el suelo, entre Dios y la naturaleza. Sus dos inspiraciones, lo único que no se modificó en su peripecia de artista y de hombre.





Pronto todos notaron su singularidad. Sus profesores dudaban. Nadie tenía claro de si estaban ante un loco o un genio, literalmente esto afirmaba Elies Rogent, profesor y uno de los primeros que le permitió colaborar en proyectos arquitectónicos, hacia 1878, ya titulado. Aunque otros picotearon del genio coz de Antoni.

Artísticamente estaba ligado a la Reinaxensa, movimiento que recuperaba la cultura catalana desde el ámbito universitario y que reivindicaba un gusto por la arquitectura gótica. Esto desde un espíritu romántico, muy similar a otros movimientos que brillaban por toda Europa. También en 1878 conoció a la persona más influyente en su carrera, en términos económicos, que no artísticos, pero sin duda, decisivo para que hoy, gran parte de las obras de Antoni sean Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO. Eusebi Güell, mecenas, amigo, protector.






Era un tiempo de cambio, el siglo sin estilo. El siglo de los “neo” comenzaba a vislumbrar una nueva arquitectura basada en el empleo de los materiales de la nueva industria. La arquitectura del hierro, el vidrio, el rascacielos florecía en la obras de la Escuela de Chicago, cimentando el futuro racionalismo y, en Europa, estallarían locos movimientos integradores de las artes, reivindicación de la belleza de todas las industrias y artesanías tradicionales que debían formar parte de la construcción, del mobiliario, pero integrando los nuevos materiales y cierto carácter racionalista: Art Nouveau, jugendstil, Liberty, Secesión, distintos nombres del modernismo según el país.






Un tiempo entre la tradición y la vanguardia, un tiempo entre la arquitectura en piedra y las estructuras autoportantes del hierro, un tiempo marcado por sabios como Willian Morris que reivindica la democratización de la belleza, concepto que sacudió el arte en Europa. Fundó la asociación de artistas Arts and Crafts y, Louis Sullivan, que desde Chicago aleccionaba al mundo con rascacielos geométricos y elevados pero no carentes de la sutileza y belleza de la tradición (relieves en los áticos o bellos nártex clásicos integrados en sus edificios).







Pero Gaudí no pasó a la historia por esto, lo hizo por dibujar una realidad nueva, lo hizo por aunar una arquitectura onírica con una arquitectura habitable, funcional, posible o imposible. Talló edificios, modeló espacios, tamizó la luz, iluminó las sombras, curvò las piedras y alineó las nubes.





 
Hay dos principios esenciales en la poética gaudiana, ander de la naturaleza y trascender al tiempo. Ojo avizor, andió el mundo, la fauna y flora, la creencia y el folclore. Pero vio más allá, quiso trascender nuestra mortal condición, quiso ofrendar su poiesis a Dios y elevarse a la esfera más elevada. Así halló un lenguaje original y único con el que celebrar la vida y honrar al cielo.





Antoni Gaudí elevó fachadas que saludan al viandante con una amplia sonrisa, máscaras y confetis son la epidermis de un edificio. Coronó su construcción con el lomo de un dragón (casa Batlló). Ensambló enormes bloques de piedra para construir un pedestal mariano y colocó como vigías a caballeros fantasmas (casa Milá). Nos invitó a sentarnos el la onda que describe la serpiente (parque Güell) y para rezar nos introdujo en la cripta cavernosa donde el oso duerme el invierno (cripta familia Güell). Pero este homenaje panteísta no debe cegarnos, estas creaciones de enorme poder evocador, no ocultan una inteligencia espacial propia del futuro. Espacios continuos donde el aire circula, luz que abraza la plenitud habitada. Objetos, mobiliario útil que hermanan belleza y función. Hace arte de un grifo, un aparador o una lámpara, democratiza la belleza, eleva el útil cotidiano a la poética de lo imposible y hace del hogar el paraíso perdido.



 






Fue un innovador, recicla la sabiduría de la naturaleza y la convierte en tecnología no imaginada. Sus obras contienen la fabricación en serie, la pedrera está cubierta con piedras diseñadas viamente y construidas con mimo para ensamblar una montaña erosionada por el viento intemporal. El confeti de la casa Batlló está creado por culos de botellas destruidas. Los espacios escorzados, sutiles y elevados se generan con arcos paraboloides (hallazgo impagable por su funcionalidad y eficiencia estructural) que son costillas de dinosaurio que contrapesan perfectamente el empuje de las cubiertas. Las agujas verticales que coronan su mayor obra sacra ( Sagrada Familia) recrean el palomar de adobe propio de la cultura sahariana.





¿Que se le escapó al genio? ¿Qué no fue reciclado y elevado a un plano superior?

Gaudí diseñó una utopía, una cuidad distópica donde le ocupó tanto el diseño y la funcionalidad como el bienestar de aquellos que la debían habitar. Parque, capilla, mercado, viviendas, dan fe de su capacidad para hermanar belleza, función y filantropía.
El arte no cegó al creador, la belleza no confundió al poeta. Su arquitectura es habitable, es inteligente y funcional, racional y avanzada, abrió nuevos caminos y holló nuevas cimas.



Antoni poco a poco pasó del éxito al anonimato, de la popularidad a la soledad, de la lírica a la introspección y así, ensimismado, dibujó un templo que hiere las nubes, acaricia al viento y acuna al sol. Elevó una plegaria pétrea a Dios y legó una geometría celestial a los hombres.



Los últimos años de su vida los pasó en la hondura de su creación, se aisló y olvidó de si mismo. Dibujò, proyectó y experimentó, deambuló y soñó, pero no vivió entre los hombres, habitó un limbo desierto, un cielo siquiera soñado.
Una noche como otra cualquiera caminaba ensimismado, desaliñado, solitario y huérfano de sus semejantes, cuando un tranvía lo atropelló y murió. No lo reconocieron, fue un anónimo exangüe y mal herido que abandonó este mundo ya poblado por el peso de sus obras, ya poblado por la poética mística e inteligente de un artista inesperado, iluso y colosal.


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