El 26 de abril de 1937 la población vizcaína de Guernica sufrió un bombardeo a manos de la aviación alemana e italiana, un mes después del que había sufrido la población de Durango.
En Guernica murieron directamente por el ataque 130 personas con un número incontable de heridos, en una villa de 5000 habitantes. En Durango 230 personas. Estos hechos se enmarcan en la Guerra Civil española, justo antes de la batalla que se libraría por doblegar Vizcaya que permanecía leal a la República, y que como otras poblaciones sufriría estos ataques contra población civil para hundir la moral de los resistentes. Hechos parecidos ocurrieron en Madrid, Barcelona, Alicante y otros.
El jefe principal de la operación, Wolfram Von Richthofen (nieto del Barón Rojo), reconocería después que se había portado “de una manera mal educada en estos hechos”. Aunque se discutió mucho la autoría, ya que ni Franco ni sus aliados, reconocieron su responsabilidad hasta que las pruebas no fueron abrumadoras (en todo caso solo reconocían una operación “quirúrgica” para destruir un puente de esta población, que impediría la retirada de milicianos y el abastecimiento en la defensa de Bilbao, el cual quedó ileso, como las fábricas de armas que había en la población)
A principios de 1937 Pablo Picasso vivía en París, en un contexto de efervescencia artística donde se sentía y formaba parte de la vanguardia artística europea. Ya era un artista reconocido, aunque ni él hacia la República, ni la Repúplica hacia él, habían mostrado una relación de compromiso o reconocimiento respectivamente.
Una delegación del gobierno republicano le visitó en París y le solicitó su participación en el pabellón español para la exposición universal que se desarrollaría en la capital francesa en el verano de 1937. En este evento, compartió el magnífico pabellón diseñado por Josep Lluis Sert con artistas de la talla de Alberto Sánchez, Alexander Calder o Joan Miró entre otros. La República buscaba apoyo internacional a través del prestigio de artistas tan destacados.
La creación de un símbolo no está sujeta a la literalidad. Un hombre, kilos y metros de pintura y tela, frente al vacío. Los símbolos recogen una inquietud humana más vieja que lo humano. El artista frente a la nada debe sentir la ceguera y la sordera que precede a la creación. No quiero alabar la ejecución del Guernica, el Guernica es una acto creativo casi involuntario, desligado de la razón, el artista es un médium entre los monstruos y miedos de lo desconocido y la realidad factual que lo rodea.
La mujer con niño muerto es un piedad desbordada por el dolor, el caballo es una víctima inocente, la paloma es una esperanza, el toro es una fuerza esencial y ciega, terrible/temible. El soldado es una materialización, una prueba del dolor ante lo irreparable y La luz, bombilla/candelabro, el foco que ilumina un teatro deshumanizado en tonos funestos. Es un foco que ilumina el caleidoscopio de muerte, incomprensión y aislamiento que es esta obra. Muchos elementos reconocibles, quizá legibles, pero no forman un corpus, no concilian ni su tiempo, ni su espacio, ni su dolor, que parece provenir de hechos diferentes, de momentos inconexos. No forman una historia coral para nuestra mente, forman un conjunto visual que nos golpea en lo más hondo y nos sitúa frente al dolor sin explicarlo, solo nos lo lanza, no para ser entendido, en todo caso para ser sentido.
Nos sentimos hostigados por las gruesas y angulosas líneas negras que perfilan cada figura, amedrentados por el negro de un toro mortal, cegados por un blanco inoportuno, perdidos en un gris discontinuo, mudo, muerto. No nos da un respiro, no hay sosiego, no hay futuro, es una tragedia, no hay otra página en este libro que suponga un nuevo amanecer. Nos hundimos como se hunde cada figura, ninguna mano nos auxilia, ninguna esperanza, ningún héroe, ningún sobresalto nos despertará de la pesadilla.
El Guernica es un símbolo.
“No, la pintura no está hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el enemigo” (Pablo Picasso)
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