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sábado, 11 de abril de 2020

Una casa para Dios


Toda arquitectura es un batalla. Toda arquitectura es un acto humano conmovedor. Toda arquitectura supone un combate contra las fuerzas esenciales de la naturaleza. Toda arquitectura es un reto contra el tiempo y el espacio, contra el caos, contra el desorden y contra lo indómito. En fin, toda arquitectura es una luz, fugaz sí, frente al tiempo geológico.....






La arquitectura ansía atrapar, encarcelar un espacio. Lo inerme e infinito adquiere forma, queda limitado en su extensión y su altura. En su dibujo anida el deseo de acotar lo inabarcable. Todo espacio arquitectónico es el resultado de la poética del geómetra que somos.




Edouard Jeanneret “Le Corbousier” explicó que la buena arquitectura consiste en crear “máquinas para habitar”, de lo que se desprende que la arquitectura, a diferencia de otras artes plásticas es útil, es útil porque tiene una función, cubre una necesidad vital, ya sea la de construir un refugio, un cubil, una catedral o un palacio. Esto hace de la arquitectura no solo un acto de creación estético, un acto poético, también es un acto prosaico, un acto de supervivencia. Así observamos que el juicio sobre la calidad de un edificio deba ampliarse:

Es confortable? Es habitable? Contiene los espacios necesarios? Sirve a su función?
El juicio estético está encadenado a la funcionalidad y esto provoca que la arquitectura eleve la apuesta. la dificultad que supone ser grato a nuestros sentidos, a nuestra percepción estética, alcanzar un concepto de belleza, debe equiparse con la capacidad de cubrir nuestras necesidades. Poesía y técnica condenadas a entenderse.








Pero hay un espacio arquitectónico que entrelaza de manera ejemplar la poética humana, el arte, la creación y la belleza con la técnica, para construir un espacio sagrado. Por tanto, consagrado a la nada, o al todo.






Admiremos entonces como los hombres, han construido espacios para Dios, los dioses, la divinidad. Como los hombres han puesto un enorme ingenio y esfuerzo en espacios no habitables, en algunos casos solo transitables, en otros, ni siquiera eso, pero lo han hecho para satisfacer el espíritu, no el cuerpo.





Aquí, nuestro admirado Edouard Jeanneret no nos da una respuesta. El espacio sagrado sí debe ser funcional, pero su funcionalidad sacrifica la máquina para habitar para potenciar el espacio espiritual, que cubre una necesidad humana pero no de protección frente a los elementos, sino de elevación, de espiritualidad, un atavismo metafísico.

No es conmovedor semejante esfuerzo físico y creativo brindado a una fe, a lo intangible, a lo no-seguro?





La recta o la curva son alfabeto de la arquitectura, el arquitrabe o la bóveda suponen un punto de partida. El acto heroico de sostener un peso enorme sobre un soporte ha supuesto un reto, un motor de desarrollo de nuestro ingenio, una apuesta contra la gravedad. Para ello se han empleado los sutiles baquetones en racimo del gótico.

Las sólidas y austeras columnas dóricas.






El pilar colosal que se asemeja a las piernas del titán. Se han desarrollado arcos rampantes.




Y se han trazado las columnas salomónicas, espirales firmes en su fragilidad.




Con estos elementos se han sostenido cubiertas planas o abovedadas, cúpulas de casetones, complejos artesonados.



Y combinando el sustentante y el sustentado se ha conquistado el espacio.




Se ha conquistado La Luz. Se ha conquistado La Luz y el color.




Se ha domeñado al viento, al frío, a la noche, al temor. Se ha hallado un camino.





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